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jueves, 7 de diciembre de 2017

Macuilxóchitl. Héctor D’Alessandro


De entre las grandes ramadas que bordeaban los cinco cerros, abriéndose camino entre arbustos, matas y grandes conjuntos arracimados de flores multicolores, emergía, cada mañana con grandes pasos que anunciaban su paseo luminoso, un racimo de dioses en sandalias, sembraban la tierra con indelebles marcas de donde brotaba la luz de los destinos. Macuilxóchitl, niño, se descolgaba del grupo para entretenerse embobado con el vuelo de una abeja que le hablaba con susurrante tino. El rayo, ahora lejano, envuelto en el terciopelo de las nubes, abría sendas en lo alto y mantenía, en esta hora, comunicación con la luz en el niño. Bajando a retozar en las aguas, rascaba con fruición las plantas de sus grandes pies sobre la gorda arena removida y secreta. Era la hora de la emanación. Brotan, siglos después, en ese momento coordinado con el épico calendario monumental en cuyo arco de movimiento perpetuo se orquestan las manifestaciones, susurros de humedad del cielo y de vapores de la tierra, formas arquetípicas que configuran los destinos. Ahora viven los hombres sobre Macuiltepec, viven hombres a la orilla y en el centro de Tlalmecapan; trasiegan sus mercancías y sus pensamientos por las empedradas callejas de Xallitic; van y vienen con sus cosas, caminando sobre piedras incorruptas y sigilosamente enterrada por Techacapan —un brote mayúsculo de esas piedras esconde, entre sus riscos anudados en la oscuridad de lo subterráneo, una historia que está por brotar, pero que, para ello requiere de ciertos conjuros que  duermen en la cabeza del dios, entre nubes de milenios, y se agita al claror de algunos de los señalados rayos— y por último entre las sombras de antiguas fieras que continúan caminando eternamente por la noche hasta antes mismo del alba, Tecuanapan esconde el ritual secreto del salto por encima de la propia sombra. En un códice oculto aunque públicamente exhibido, está la fórmula, escondida entre las grietas de piedra de una de las ingles de un león.
Antes de que llegaran los hombres que siempre desean estar en otro lado que aquel en el que se encuentran, los habitantes de Xallitic compraban pescado traído por transportadores que realizaban largos trasiegos desde el mar, recorrían los habitantes el centro del arenal; recorridos en su firme anatomía por las caricias del dios del sol que marcaba sus pasos con señales veloces y cambiantes. Macuilxóchitl, niño, andaba removido y juguetón entre las gentes antiguas y cabezonas, unido a la mente de su padre, todo el ancho de su visión estaba colmada de imágenes etéreas, luminosas y brillantes de las cuales brotaban y cesaban, de continuo, destinos y azares, herencias y cumplimientos a término. En esta arcadia impoluta brotaban los sentimientos sinceros y se cumplían sin postergación los destinos —eso que nunca entendieron los hombres vacíos que llenaban sus mentes del arbitrio de lo presente, los que nunca quieren vivir en ahora sino en lo que están pensando para mañana: anochecer, sombras, lluvia torrencial, mutar perpetuo de una naturaleza de flores envolventes. Por eso los llamaron “hueros”, esa palabra que aprendieron de ellos mismos, —“huecos” por dentro, “vacíos” a pesar del incesante remolino vibrante de la emoción que vino a poblar los senderos y los cruces de caminos y las casas bajas, para que rindieran el último de los exámenes del tiempo otorgado.
Posa su pequeño pie envuelto en la sandalia, Macuilxóchitl, niño, su cuerpo de tierno bronce se mueve con el amor de una alas que lo impulsaran; la marca de su paso está dada por la ausencia de aromas a su alrededor; si alguien pudiera entrar en su ámbito, comprobaría, de propia nariz, que viene, procedente del aliento del infante, una aroma antiguo, de más allá de los horizontes que fueron dejados atrás. La ceniza de volcán está presente en ese aliento, matizada por el dulce elixir que brota de la carnecita fresca de la garganta de un colibrí. La sulfurada sequedad absorbente del talco en la axila de los dioses mayores se derrama junto a la supuración sacrificial de las rosas en el crepúsculo. Xallapan. Días como piedras se sucedieron para la creación de estos olores. Dos hombres se disputan la pertenencia de un pescado y Macuilxóchitl, el niño rodeado de la ausencia de aromas, con su presencia provoca un vacío absorbente que calma el ámbito. La música cristalina de las piedrecillas agitadas por el torrente eterno, se detienen, el sol sonríe con cuatro rayos. Una señora que prepara las tortas, se aleja a una zona de arbustos a levantar la falda y regar la tierra. Cantan las hierbas en murmuración perpetua, recogen el amor de la orina. El vacío se ha terminado de crear en torno del niño dios de las flores, el pescado cambia de mano. Todo entra como en un trance palpitante donde la tarde espera agazapada para realizar su continuación. Los hombres siguen con su tarea de vivir; y más allá, bajando, como a tres cuadras, dos adultos cuidan de unos niños que juegan con pelotas y con cántaros. ¿Habrá horizontes detrás de los horizontes?, dice uno de ellos, que no se protege del sol en esta hora. No se les ocurre pensar que de allí llegarán un día los hombres huecos por dentro.
La tierra está marcada por los pasos de los dioses, en su paseo matutino entre los hombres; hollada por memorias de las cuales emergerán un día destinos, la tierra, alborotada, canta albricias porque la llenan de tareas, esos pasos.
Los hombres huecos por dentro que nunca quieren estar donde están, no saben, cuando caminan, por donde caminan; creen que han creado el camino con su caminar. No honran el camino para que les otorgue permiso para su nuevo caminar, que entonces, sin concesión, deja de ser nuevo, pertenece a lo oculto que se encuentra entre las piedras sumidas en lo oscuro en Tecuanapan. Poseídos como están de la fiebre del martirio, no ven cómo lo crean con cada una de las marcas de sus plantas ofendiendo a la tierra.
¿Habrá horizonte detrás del horizonte? Canta la piedra, metidos en el fondo de su inteligencia pétrea hay mensajes que se convierten en músicas de la tarde cuando chocan aventadas por los niños. ¿Habrá piedra en la piedra?
A esa hora, de lo alto de los cerros llega a jugar con ellos aquel niño dios a cuyo lado si te quedas quitecito y oyes el barbotar de los siglos semeja a acercar el oído a una caracola de las que traen los transportadores desde la orilla del mar. Les gusta jugar a esa hora; si detienen sus brincos y sus gritos alborozados y miran alrededor, todo el contorno de los cerros y las vastas extensiones los abraza y les regala la felicidad de estar en el hogar.
Choca la piedra contra la piedra y canta en el claro del terreno bajito, corre el niño dios y corren los dioses niños; arrastran sus pies, nuevos como flores recién mojadas por la lluvia y solo los detiene el diálogo horizontal y aéreo de las abejas que pasan apuradas a llevar nuevos recados de fecundación.
Atrás quedan los vapores últimos del enojo por unos pescados, una sombra en la mañana que adorna con sus voces el fondo músico y brillante de un discurrir eterno y quieto en el núcleo del reloj perpetuo.
Un día, un hombre con sombrero de paja llegará hasta ese sitio y renovará el pleito, caminando por allí como quien crea el camino con sus pasos. Antes, habían soplado los vientos de los pleitos de las tribus que procedían del norte y que ejercieron, con su dominación pétrea, la fuerza de sus razones. En el fondo del arco de los tiempos —solo medidos por los hombres— hay dos semillas doradas que se oponen y en entrabada lucha se germinan mutuamente, a veces se olvidan del amor que las motoriza. En la batalla hay un escondido amor; en la trabazón de las razones, hay un escondido amor; en el agua que desgasta la piedra y en la piedra que se le opone, hay un escondido amor; en la muerte que llega divertida a segar el tiempo, hay un escondido amor. Sólo el corazón de los hombres impide a veces que el agua de la eternidad y que brota del dolor, lo desgaste un poquito cada día para que brote el escondido amor. En el centro del amor, hay otra cosa, sin nombre y con fuerza propia, que brota, más allá del horizonte del amor. ¿Habrá horizontes más allá del horizonte?
Macuilxóchitl juega con los otros niños; su entretenimiento es una danza y un dibujo que avisa a los siglos venideros. La eternidad se vale de los niños para lanzar las saetas de sus mensajes. Y de las flores para suavizar la tarde cuando el dolor arrecia. Ellos no lo saben porque viven inmersos en ello, habitan una ciudad que es de las flores y que marca con su ciclo tenue el ritmo y el anuncio de una vida acolchada frente al embate del Tiempo Mayor. Bendecida en su origen, mira a otros lados y se pregunta que habrá detrás del horizonte.
A orillas de un lago cercano, dos hombres de la guerra se arrancan de las bocas unos besos que son pétalos y se penetran a esa hora con el asta de su carne, con energía, fuerza y pasión, hasta caer rendidos y estallar en risas, la boca y las oquedades llenas de la leche que atraviesa los siglos; la tierra se deja mojar y tiembla como la manta sacudida por las señoras en la mañana. Unas risas ponen entre paréntesis la prosa del atardecer, y le dejan su rúbrica al goce del dios que en ellos habita y que no han olvidado.  
Todo el ámbito se llena de la emoción que olvidan los hombres entre las piedras, sobre el agua, al lado de la arena, en los recovecos entre las casa; la felicidad es lo único eterno.
Pone la tarde, con la ayuda del sol, una alfombra de sombras frescas en las que va entrando poco a poco el vientecillo con el permiso de los dioses de cada sitio; llamado por su padre, y por las señales de ese camino de incipientes sombras, regresa Macuilxóchitl, en compañía de los otros dioses, camino tras camino, paso tras paso, en la vuelta a la cima para pasar otra noche de concentración en el útero cóncavo de la eternidad, caminan para el Macuiltepec que se abre y se cierra como una caverna muelle y tupida que guía su camino a la Gran Concentración. En la noche de los dioses se vive con intensidad y se une de nuevo el cuerpo manifestado con el Tiempo Mayor. Allí entra y sale de continuo el susurro que viene de la boca de las nubes —grandes contadoras de anécdotas chistosas— y se dejan, tras cada jornada, cociéndose en el gran fuego interior, los rescoldos de las memorias de la tierra y de la vida de los hombres.
Abajo, en el agua en la arena, duerme el corazón y se mantienen calientes las tortillas; en un punto lejano que se puede tocar con el solo alcance del dedito de ese niño dios, se agita y baila una llamita en una casa o en un patio. Avisa al caminante nocturno que, más allá del horizonte, puede haber otros horizontes, pero aquí hay una llamita muy vivaz que palpita con la fuerza de la Vida Mayor.
Mañana en la mañana, se avivará el suelo, arremetido nuevamente por el sol, se erizará de sequedad en tortas de barro secas que se cerrarán como bocas que brotan de la tierra, besando los pasos de quien camina. El niño dios saldrá a recorrer el ámbito y a dejarse acariciar por sus flores; seguirá caminando con sus zapatillas de gran talla de dios, seguirá caminando en espera de que alguien rinda el tributo debido a la alegría de vivir; harto de la muerte, harto de los temblores del miedo, alguien bailará para homenajear a los dueños creadores de la tierra que no creen haberla creado porque brotan de ella como otras flores y se regocijan en ser solo uno con las esas mismas savias. Alguien danzará para acabar, bajo el tamborileo de sus zapatillas en el suelo, con el día del Gran Terror. A las orillas de cualquier callejuela, alguien pondrá una vela por los dioses y mirándola dejarán que le broten unas lágrimas sin nombre, hasta que una vez escurrida esa primera capa de agua interior, brote del corazón esa fiesta innominada de donde salen la alegría, la creación y también las flores.
Al final del tiempo del Gran Terror, los hombres se mirarán como recién despertados por la mañana y se acordarán de que la felicidad es lo único que es eterno y de que bajo los suelos del gran Xallapan vive y hace temblar la sangre Macuilxóchitl.

Xalapa, en los últimos tiempo del gran Terror.
(P.S. Hacía tiempo que deseaba rendir este homenaje a la ciudad de Xalapa; continuará con otras creaciones sobre la mitología que envuelve su grato, interesante e intenso origen. Mi propósito grande es "darle su lugar" a este momento histórico ineludible de la ciudad. Dedico este relato a Norma Angélica Portilla Reséndiz. Una heredera natural de los dioses que dieron origen a Xalapa.)

jueves, 16 de marzo de 2017

Soy responsable del mundo que veo. Héctor D'Alessandro



Somos responsables del mundo que vemos

Soy responsable de lo que veo.
Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar.
Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.

En 1999 toqué fondo; el mundo que vivía era insoportable, aunque intelectualmente podía intentar (sólo intentar) convencerme de que todo era una realidad creada por la percepción y que el conjunto de los datos de la experiencia no eran otra cosa que la resultante de un acuerdo entre mi aparato psíquico y el de mis contemporáneos para mantener la realidad en su sitio, internamente estaba destrozado, los días que no deseaba realmente morir, los pasaba tumbado en la cama o en el sofá con la cabeza dando vueltas sin sentido hasta llegar a desesperarme. Al rato, este estado cedía su lugar a una ligera renovación de la energía que me motivaba lo suficiente como para salir a la calle e ir en busca de la compañía de mis amigos o socios de siempre y pasar la tarde juntos, a veces dándole vueltas al mismo asunto. En otras ocasiones la desesperación era tal que empezaba a alimentar en mi cerebro un discurso según el cual tenía que cambiar de vida y circunstancias una vez más en mi vida: todo se lo atribuía al entorno. Ambiente que ya había cambiado hacia siete años, yéndome de Uruguay, mi país natal, a vivir a Barcelona, en España, donde sentía que había algunas claves que pudieran sacarme de mi mundo alternativamente anodino o dramático. Cuando daba paso a una cierta serenidad, comenzaba a reflexionar y tomaba conciencia de que no era el ambiente, lo mismo que tampoco eran los otros, los causantes de mis males, sino que había algo dentro de mí que debía ser cambiado y que el único responsable, que podía emprender aquella tarea, era yo mismo; pero no sabía qué hacer, a dónde ir para encontrar las herramientas que me resultaran necesarias en tal tarea ni tampoco conocía a qué maestros, a cuáles profesionales dirigirme. Mientras todo esto sucedía, me informaba; si de algo jamás estuve ayuno, fue de información, libros y libros caían por docenas cada mes abatidos por mis implacables lecturas. Pero no eran los datos los que me podían calmar, eso ya lo sabía yo, y tampoco el tipo de teoría que utilizara para mejorarme, porque ya había hecho varios años de trabajo terapéutico personal y había comenzado a trabajar como facilitador. Sin embargo, algo me faltaba, la capacidad de conectarme a mí mismo de un modo estable y sobrevivir, aunque más no fuera, a las oleadas y ventarrones de un cataclismo emocional que año tras año caía en temporada y fuera de ella, sobre mi vulnerable y al mismo tiempo indómita persona.
Pero aquel año fue decisivo, cumplía treinta y seis años, la edad a la que había muerto mi único hermano, de un cáncer bastante agresivo, y el miedo a la muerte me mostraba en los escenarios de mi mente toda la parafernalia de efectos especiales con que solemos aterrarnos a nosotros mismos.
Aquel año comencé a tomar sesiones de “rebirthing” en Barcelona con una gran maestra y también me anoté en una formación en Madrid con el maestro que definitivamente me ayudaría a cambiar la totalidad de mi vida. Siempre estaré agradecido a aquel encuentro. Pasé mi cumpleaños en un taller en el hotel de Sants con Bob Mandel, creía que aquel lugar y mi opción por estar allí y hacer algo diferente en esa fecha, tal como hacerse a sí mismo un regalo de crecimiento y desarrollo personal, era lo mejor que podía hacer para mantenerme de este lado de la vida.
Comencé, en ese entonces, a prepararme como “renacedor”; la primera técnica con la que pude gozar de toda la profundidad de sus beneficios, debido quizás a que ya había recorrido un buen tiempo por otros andariveles: vipassana, meditación trascendental, análisis transaccional, recuperación del niño interior, osteopatía, práctica del tai chi, programación neurolingüística, antigimnasia. Muchas veces confundimos la última técnica practicada con la mejor; no es así, todo lo anterior nos ha estado preparando para este salto cuántico de incomparable eficacia y profundidad.
En el curso de rebirthing, Adolfo Domínguez, un maestro con una capacidad inaudita para activar todo lo que estaba aún dormido en ti, no parábamos de leer continuamente “Un Curso de Milagros”. Nuestra práctica no era de lectura pasiva ni de comentarios, evidentemente; era una preparación neurofisiológica en grupo para recibir la información del curso, a veces bajo la forma de una sola frase durante una hora de trabajo, pero esa única frase producía al entrar directamente en el fondo de nuestro ser y de nuestra experiencia personal con la fuerza de un sismo, un impacto lo suficientemente fuerte como para conmover los cimientos de nuestra existencia.
Esta frase: “Somos responsables de lo que vemos”, “Soy responsable de lo que veo”, repetida a lo largo del curso de muy diferentes maneras, es probablemente parte de “lo poco  que se te pide que aprendas en este curso” y como el mismo curso de milagros dice: “es tan simple que es imposible que no se entienda perfectamente”. “Es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la felicidad, la liberación del dolor y el escape del pecado. Di únicamente esto, pero dilo de todo corazón y sin reservas, pues en ello radica el poder de la salvación”:

Soy responsable de lo que veo.
Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar.
Y todo lo que parece sucederme, yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.

Ahora me quedaba claro, luego de trabajar y trabajar durante años con el propósito de descubrir cómo se hace para cambiar el corazón de los seres humanos, cómo se hace para propiciar el cambio que todas las personas dicen desear (aunque luego acaban demostrando que no están dispuestas a trabajar para lograrlo), cómo se hace para que, en medio del torbellino de los problemas inherentes a la experiencia humana, se pueda mantener la paz y manejar esos mismos asuntos con solvencia, elegancia, sobriedad y eficacia.
Aquello de que, cuando el alumno está preparado, el maestro aparece, se me mostraba, por primera vez en mi vida, como una realidad incontestable; no se trataba de una idea, no era una imaginación dentro de mi cabeza a la cual pudiera recurrir para expresar una frase interesante en medio de una conversación social y vacía. Era una emoción al mismo tiempo envolvente y agitada y también, aunque parezca paradójico, pacífica; podía incluso jugar a pasar por mi mente una vez más toda la película de mi pasado y no ceder a la costumbre de llorar y lamentarme o llegar a odiarme a mí mismo por cosas que aún seguía demandando una parte de mi ser a otra parte, herida, de mi ser.
Soy responsable de lo que veo, soy responsable de lo que veo, soy responsable de lo que veo, repetía sintiéndome cada vez más y más feliz. Claro, evidente, pero como no me di cuenta antes. No se trata de que yo construya esas percepciones, y estas, de un modo mágico, me atrapen a mí mismo y me mantengan encarcelado en una suerte de mentalidad o ideología personal nefasta. Yo soy el responsable del mundo que veo. Tengo la capacidad de hacerme responsable, de volver a tomar el mando de mi vida que, durante años, dejé librado al acaso de lo que mi mente aquella mañana luminosa o aquella triste noche quisiera determinar para mí. Recuerdo que en mi gráfico lenguaje escatológico, cuando el maestro nos preguntó qué cambios notábamos en nosotros mismos, declaré: he descubierto algo que es al mismo tiempo doloroso y muy poderoso: ahora cada vez que vea mierda en mi vida, ya no podré decir esta mierda no es mía. Había salido al fin de la inocencia psicológica, esa irresponsabilidad total de un mundo con víctimas y victimarios donde las primeras son buenas y las segundas son malas, sin matices. Aunque intelectualmente había comprendido esto desde hacía muchos años, ahora era una experiencia en mí, era una experiencia resultante de muchos miles de horas de práctica continuada de centrar mi mente y ahora la había acabado de centrar con unos contenidos que eran lo más adecuados para mí.
Volví a entrar en diferentes experiencias consideradas por mí como negativas en mi vida pasada y decidí ver en qué modo yo era responsable de la creación, no del evento, sino de la percepción de aquel evento. Comprendí algo que se me hacía hasta entonces extraño: cómo, en el año 1985, cuando yo aún vivía en el Uruguay, al salir de la cárcel, los presos políticos, menos airados que los parientes que los aguardaban afuera, podían estrechar la mano de aquellas personas que los habían torturado durante trece años y decirles “sin rencor”, mientras se daban mutuamente una palmada de reconocimiento mutua sobre el hombro. El odio y la indignación, sin embargo, parecían acrecentados en todos aquellos que no habían sufrido aquellos destinos tan difíciles, todos los que estábamos fuera. Se sumaba para todos los que no habían sido castigados directamente por la dictadura, la culpa por no haber sido castigados. He constatado luego que muchos hijos de detenidos y de torturadores heredaron esa culpa y acabaron suicidándose. El dolor, igual que el amor, atraviesa las fronteras mentales que los humanos podamos interponer.
Luego la justicia tendría muchas dificultades y presiones deshonestas a la hora de castigar a aquellos que violaron, aprovechándose de la impunidad que les proveía un estado de raíces totalitarias; en la mayor parte de los casos fue bloqueada para que no interviniera. Esta dimensión reparatoria sigue abierta como una herida y la sociedad, algún día, verá cumplirse sus resultados. Lo que me interesa en este artículo es la dimensión humana, personal; cómo esas personas que tanto sufrieron, pudieron superarse a sí mismas y conducir su cerebro y sus capacidades a un lugar de paz y de eficacia, decidiendo continuar con la tarea de cada día y darse el permiso para hacerse responsable de lo que veían. Una vez más, acudió en su ayuda la dimensión de los valores superiores. Algunos decidieron verse en un contexto en el cual todos fueron responsables o co-creadores de una realidad compartida, aunque esta fuera de conflicto. Decidieron verse como participantes convencidos de que ciertos valores eran superiores y que por ellos valía la pena luchar y dar la vida incluso. Ampliaron su campo de percepción.
Para mí, aún en la lejanía, era importante comprende todo eso que había sucedido, para comprenderme a mí mismo; todos pertenecemos a un sistema, queramos o no, todos somos miembros de la filiación.
En la filiación no puedo enajenarme y decidir que lo que veo sea diferente de lo que pedí. Cuando miro a las hormigas con el telescopio, no puedo pedirle a este instrumento que me permita ver como lo haría con un microscopio. No puedo recriminar a la naturaleza de las hormigas porque no las veo como yo deseo hacerlo.
Yo soy responsable entonces de no enojarme con el banco por un préstamo impagable que yo mismo pedí haciendo oídos sordos a lo que mi conciencia me decía sobre que no podría pagar. Puedo, en cambio, analizar el sistema de decisión interno que me llevó a tomar esa decisión, para no volver a caer en la misma trampa; las empresas trabajan día y noche en el análisis de las posibilidades que ofrece nuestro infantilismo para mantenernos atrapados en una red eterna de endeudamiento. Pero yo puedo decidir no entrar en ese juego.
No puedo enojarme conmigo mismo, no es agradable hacerlo, por haberme comprado una prenda de ropa carísima y quejarme por su corta duración; esto ya me ha pasado otras veces y sé que eso va a volver a suceder. No puedo iniciar un movimiento de protesta armado y desear que las fuerzas de seguridad del estado me traten con delicadeza, ya sé a qué me estoy arriesgando, y me hago responsable de mis resultados. No puedo casarme cinco veces y decir que cada uno de los divorcios fue un fracaso y que no encuentro al amor de mi vida; eso es infantil por completo, algo de bueno tiene que haber sucedido en cada una de esas relaciones, debo hacerme responsable de mis malos resultados y de mis buenos resultados, si descarto los primeros estoy descartando los segundos, estoy lanzando al bebé por el desagüe junto con el agua de la tina. El niño interior herido que llevo dentro tiene la peculiaridad de que hace, de un problema, una catástrofe; ese es su modo de actuar. Y en muchas ocasiones, cuando en los grupos terapéuticos se habla del famoso “ego” que nos domina y que “está totalmente demente”, según el Curso de Milagros, muchas veces se está hablando de una dimensión de nuestro ser que es el famoso “niño interior”; ese niño interior que continúa llorando. Es a mí mismo, a quien debo observar con responsabilidad; generando una nueva respuesta más hábil en mi interior para manejar la vida en la filiación.
Ese socio está enojado conmigo, pero de alguna manera el cincuenta por ciento de la responsabilidad es mía, aunque el niño interior llamado ego venga a decirme que no, que soy totalmente inocente, que esa persona es la peor de las personas posibles y que tengo todo el derecho a resarcirme mediante algún tipo de ataque o venganza. Seguramente tengo muchas cosas que agradecerle a ese socio, incluido este mal momento que ambos estamos atravesando. Y si decidiera, aún en contra de la voluntad absolutista de mi ego, sentarme a hacer un listado de las cosas que hemos hecho juntos, acabaría dándome cuenta de que, en el contexto mayor de la totalidad de la vida, eso no es lo más importante que me ha sucedido pero me ha enseñado muchísimas cosas significativas. Sobre los seres humanos y sobre mí mismo.
Pasé muchísimas horas de mi vida, mientras trabajaba, escribiendo listados inacabables de tesoros que me habían regalado, a veces sin saberlo, las personas con las que más enemistado me encontraba. Luchando contra mis más enconados rencores, pude ver bajo una luz amistosa y agradable todos los momentos de éxito, de cariño compartido que había vivido con cada una de esas personas y como si el universo se confabulara para enviar una onda mensajera, a veces me los encontraba en la calle, en el metro, en el tren camino a Vallvidrera, en Barcelona y podía hablar con ellos en calma, a veces para decirles sinceramente que lo que había sucedido era una puta mierda y una indignidad pero que no guardaba ningún rencor y que decidía quedarme con lo bueno de todo lo que había sucedido. Incluso me llamaban por teléfono personas de Uruguay con las que no habíamos completado el circulo de nuestra relación en una despedida definida y limpia, para sanar esas áreas de nuestras vidas.
Enconado en ver en un pariente todo el mal que de esa persona procedía, inicié el tratamiento de verlo de otro modo y reconocer cuánto dolor aún guardaba de aquella relación y de aquellas situaciones y me pude ver a mí mismo recordando todo el período en el cual el cariño y el respeto mutuo aún fluía a raudales. Y mi musculo pericardio se sintió tremendamente aliviado. Mi corazón había roto un dique de contención por donde comenzó a manar de nuevo cierta naturalidad para amar.    
A veces incluso me llamaban por teléfono amigos y amigas desde distintos puntos del planeta, donde ahora vivían, para cerrar algún ciclo abierto y me encontraba en la mejor disposición para hacerlo; a veces, alguna persona llamaba para reafirmarse en que tenía razón y en que todo había sucedido tal y como ellas lo decían, pero eso no me afectaba; no tenía ganas de discutir por la más lábil de las pretensiones en la filiación: la legitimidad de mi interpretación.
Empecé a elegir qué sentimientos experimentar y si estos estaban de acuerdo en cada momento con mis propósitos superiores, entonces comenzó una acción imparable de descarte. 
¿Esto colabora en la realización de mis propósitos superiores? ¿Esto no lo hace? Comenzaron entonces a alejarse de mi vida personas que me encontraban “raro”; pero a cambio comenzaron a acercarse a mi vida otras personas que sí tenían propósitos similares a los míos. Podía dolerme por las pérdidas y no ver los beneficios; como antes hacía en modo automático. Pero decidí celebrar una bienvenida a todo lo que llegaba y despedir con fluidez lo que se marchaba.
Empecé a buscar cómo era que aún continuaba logrando que algo desagradable llegara a mi vida y mediante qué mecanismos yo mismo lo había pedido. Descubrí el arte de hacer la “lista de la compra”. Esa lista que haces antes de ir al supermercado y que te guía mientras estás dentro del establecimiento, para llevar exactamente lo que habías ido a buscar y no aquello que, ubicado estratégicamente, la empresa decidió que contra tu voluntad debías llevarte. En la experiencia de la filiación sucede lo mismo: en la cara “A” de la lista tengo escrito lo que realmente afirmo desear, pero la cara “B”, que he decidido no mirar, me va a atraer, como un imán, todo aquello que escandalizado afirmo no desear. A lo que te resistes, persiste.
“No te engañes por más tiempo pensando que eres impotente ante lo que se te hace. Reconoce únicamente que estabas equivocado, y todos los efectos de tus errores desaparecerán”. (UCM)
El milagro es una “rectificación” una corrección de tu percepción, así lo define el mismo Curso de Milagros.
Esta rectificación es similar a la que se produce en una constelación familiar; alguien se consideraba totalmente inocente de algo que produciendo gran dolor se dio en su familia, pero en el sistema familiar igual que en la filiación, todos somos uno, todos estamos hermanados y estamos para colaborar en la sanación de los otros en comunidad. Yo no me sano solo, mis hermanos se sanan conmigo. Esa persona que se considera inocente, que quiere a toda costa ser inocente, se priva del mal en su vida, pero se priva también de todas las bondades de la existencia. En la vida hay que mojarse, asumir incluso un destino difícil, y un modo valiente es cambiar la percepción, una tarea que es tan cotidiana, monótona y repetitiva, como todos los otros aprendizajes que hemos realizado. Pero ese primer paso para realizar un cambio de alcances imponderables, puede ser tan sencillo como afirmar, aquí y ahora, de todo corazón, teniendo en mente todo aquello que aún te causa dolor:
  “Soy responsable de lo que veo”.

Héctor D’Alessandro
15 de marzo, Xalapa, Veracruz
Un Curso de Milagros.
Taller todos los jueves de 6 a 8 PM. En Xalapeños Ilustres 88
Escuela Internacional de Coaching de Xalapa
Col. Centro Xalapa. Contacta con nosotros al 2281 78 07 00 o al 2281 82 88 84.
En el taller que realizamos todos los jueves, conectamos el trabajo psicofísico con el Curso e Milagros a nuestra realidad inmediata y cotidiana.
Puedes integrarte al curso en el momento que quieras.

martes, 7 de marzo de 2017

Diez razones por las cuales APRENDER CONSTELACIONES FAMILIARES

Diez razones por las cuales Aprender Constelaciones Familiares

1.    Porque es el método que más transformaciones en la vida de las personas ha realizado, de manera comprobada, en las últimas décadas.
2.    Porque permite a las personas ser FELICES y VIVIR SUS PROPIAS VIDAS, libres por completo de cargas familiares impuestas.
3.    Porque te permite reunir la totalidad de tus fuerzas personales y dejarte impulsar por la fuerza que viene de tu sistema ancestral y familiar.
4.    Porque limpia por completo tu modo de ver y al fin puedes, como tantas personas ya lo han hecho, decir ¡¡¡¡¡¡Cómo no descubrí esto antes!!!!
5.    Porque te facilita el acceso a tu paz interior para, desde esa posición, resolver con maestría y elegancia.
6.    Porque LIBERAS a tus propios hijos de todas las cargas para que vivan sus vidas y afronten sus destinos con FELICIDAD y EFICACIA
7.    Porque tu propio cuerpo te lo agradecerá, abandonando para siempre todo tipo de malestares y sobre todo el enorme CANSANCIO de vivir con cargas que NO SON TUYAS
8.    Porque recuperarás tu SONRISA
9.    Porque volverás a tener TODA tu FUERZA INTERIOR para DISFRUTAR de tus RELACIONES
10. Porque MERECES vivir TU VIDA del MEJOR modo posible



jueves, 2 de marzo de 2017

La guerra de Irak y Un Curso de Milagros. Héctor D'Alessandro



La guerra de Irak y Un Curso de Milagros

“Acepta el temor y que el entrenamiento te guíe”.
Ang Lee: “Billy Lynn’s”

En la excepcional película del director Ang Lee (“El tigre y el dragón”, “Brokeback Mountain”, entre otras) el soldado Billy Lynn que da título al film, en momentos previos a realizar un ataque que será definitivo para el comandante a cargo de su escuadrón, recibe, junto a sus compañeros, y a manera de consigna, la frase: “acepta el temor y que el entrenamiento los guíe”.
Esta sola idea, tan poderosa en sí misma si se hace vivencia en la persona, es la clave del éxito en el trabajo espiritual y en cualquier tipo de entrenamiento profesional, pero por sobre todo en el aprendizaje dinámico.
 En el año 1994, comencé un trabajo personal basado en enseñanzas alquímicas donde se te indicaba “si no crees en esto, no importa, simplemente suspende tu juicio adverso durante cuarenta y dos días y ponlo en práctica, luego tú puedes decidir con una base en la experiencia”. Recuerdo que al leer aquella simple frase, un mundo entero se abrió ante mí. Mi personalidad se caracterizaba por una amplitud de expectativas y una aceptación básica de que muchas cosas que parecen imposibles pueden ser perfectamente posibles y realizables.
No conocía aún los avatares en los que puede sumergirte el conjunto de creencias inconscientes negativas y el carácter inercial de ciertos patrones de actitud y de comportamiento. Aún tendría que batallar, en el futuro, con bastantes de esos dragones o demonios interiores, y por suerte emprendí ese camino, con herramientas a mi disposición que, por su precisión y debido a los sofisticado de su acción, cada vez me hacían más fluido y placentero el sendero a recorrer.
A partir de aquel momento adopté como consigna que jamás me opondría en principio a nada, que me mantendría, en la medida que sintiera que la confianza me acompañaba, en una actitud básica de disponibilidad para la experimentación.
Quería sentirme a mí mismo en profundidad, quería estar presente en cada interacción cotidiana, quería, en definitiva, poder estar cómodo en la vida delante de mis semejantes, sin miedo a ser yo mismo, como lo veía en muchas personas que empezaba a conocer.
Personas conectadas; conectadas consigo mismas de un modo radical.
Pronto comprendí que el trabajo interior de desarrollo personal tiene un carácter eminentemente de entrenamiento, de entrenamiento consciente.
Comprendí rápidamente que hasta ese momento yo era un conjunto de creencias, la mayor parte de las cuales jamás habían sido cuestionadas y que además muchas de ellas se manifestaban en mis resultados vitales aparentemente sin que yo pudiera hacer nada en contrario. La comprensión meramente intelectual no me solucionaba nada. Todo aquel amasijo de pensamientos que inducían actitudes, comportamientos, estados emocionales y resultados que parecían venir de fuera sin que yo tuviera nada que ver en ello pero que me afectaban negativamente, empezó a caer, no sin cierto estrépito.
Cuando estaba más encabronado en contra de lo que me pasaba a pesar de lo bien que yo trabajaba por mi evolución personal, “me rendía”. “Rendirse” en la formación de “rebirthing” (una técnica poderosa de cambio personal a través de la respiración y el cambio del pensamiento) consiste en que cuando estás “indomable” y no te aguantas más porque ves que vas a volver a cometer el mismo error de siempre y no lo puedes evitar, como si fuera un comportamiento o un ciclo compulsivo (y lo es) simplemente te acuestas con los brazos extendidos en cruz boca abajo y no te levantas de allí hasta que “te hayas rendido”:
Esta práctica, del esoterismo católico, la llevan adelante los cardenales y el mismo Papa, previo a una decisión difícil o como ellos dicen en su jerga “cuando el demonio se hace presente”; el demonio es o está en la mente, es una dimensión interna, no externa, de la función del sistema nervioso llamada mente.  
La de pensamientos y emociones, sensaciones desagradables y agradables, impulsos (estos son los más peligrosos, porque la mente del ego te dice enseguida que ya está, que ya solucionaste y produce una fantasmagoría de rendición que no es verdadera, solo una fantasía de la voluntad del ego; estás acostado boca abajo y de pronto crees tenerlo todo claro y que ya estás poco menos que iluminado y cuando quieres acordar, ya te levantaste y estás cocinando o yendo al cine o llamando por teléfono a alguien; al ego le produce terror entrar en tu propio interior). Esta rendición nada tiene que ver con la cantidad de tiempo que permanezcas acostado; depende de ciertas señales en el sistema nervioso a nivel de sensaciones, pensamientos y emociones que indican el final del ejercicio. Se puede calibrar con bastante exactitud el momento en que rendido ya puedes volver a la vida cotidiana.
Recuerdo particularmente cierta ocasión en que no pudiendo resolver un asunto económico, me tumbé a rendirme, había incluso llorado de impotencia y rabia, sintiéndome a la vez un necio, claro, para poder castigarme a mí mismo justamente por necio (las artimañas de la mente). Y cuando llevaba un tiempo que no podría calcular, pero que no fue más de una hora, sonó el teléfono; era una antigua socia con quien teníamos una empresa y que nos habíamos separado con cierta tensión, ninguno le había dicho al otro sobre como acordar la separación legal; pero ahora me llamaba para proponerme un trato económico para abrirnos y la cantidad de dinero que me ofrecía por mis acciones era el doble de la cantidad que yo, en aquel momento en que me había olvidado de mí mismo y de mis capacidades y había preferido abandonarme al dolor, necesitaba. Pueden imaginarse que a partir de aquel día me tomé el ejercicio de la rendición con mucho mayor ahínco, así fue. Y luego, con el paso de los años vendrían nuevas y más eficaces prácticas para el cambio perceptivo y emocional, conductual y de actitud.
Con cada una de las nuevas técnicas volvió a suceder lo que desde siempre el yo más íntimo ya conoce, aunque se obstina en olvidar. Y es algo tan sencillo como que si te entrenas a cierto nivel de constancia, cuando el ejercicio en el que te entrenas pasa a ser parte de ti y actúa en cierto modo en tu lugar, guiando todos tus pasos sin que tengas que intervenir con toda la murga de malestar, creencias negativas y errores de percepción propios de la mente consciente en la que estamos inmersos nadando en un mar de confusión. El soldado que dispara sin pensar y da en el blanco es beneficiado por el entrenamiento durante miles de horas en la práctica consciente y nada tiene que hacer sino fluir. (“Zen y el arte del tiro con arco” constituye una obra magnifica sobre el desapego acerca del resultado en que consiste la mente ecuánime; cuando está libre del deseo de acertar, el arquero da en el blanco.)
Al conducir un coche hacemos esto cada día, hay maniobras que la podrías hacer con los ojos cerrados porque se han automatizado a tal grado que no hay que pensar.
Cuando nos involucramos en el compromiso de seguir el Curso de Milagros paso a paso, nos estamos entrenando.
Rafael Lefort menciona en uno de sus libros sobre el cristianismo primitivo, que en la biblia aparece cierta palabra aramea traducida como “misericordiosos” (“Bienaventurados los misericordiosos porque de ellos será el reino de los cielos”) y que esto constituye un craso error, que la traducción, con mayor exactitud sería “los bien entrenados”. ¿Quiénes son los bien entrenados? Son aquellos que han aprendido a manejar su propia mente y evitar que esta autónomamente los conduzca de modo involuntario al cielo o al infierno. Son aquellos que pueden conducir de nuevo a casa al buey del que habla el budismo zen. Son aquellos que pueden permanecer en la ecuanimidad aunque las sensaciones agradables resulten muy tentadoras o aunque las sensaciones desagradables que se producen en el cuerpo sean incluso más tentadoras y justificables. Después de todo, son “negativas” y a mí no se me puede acusar de provocarlas conscientemente.
Son, en términos de un Curso de Milagros aquellos maestros espirituales que pueden volver a pensar “con” Dios.
Pero, quienes están entrenados saben que deben atravesar sombrías selvas oscuras para comenzar la ascensión hacia la luz. Y la manera de atravesar esa oscuridad es mirar a consciencia esas sombras, en esto consiste el trabajo neurofisiológico de las constelaciones familiares; darles su lugar a esas sombras dolorosas que están actuando sobre nuestros resultados de un modo no deseado. Si no le doy su lugar a mis miedos cuando voy a pasar por una prueba difícil, si no le doy su lugar a la envidia que me corroe cuando compito en esta existencia de lucha, si no le doy su lugar a la rabia que me envenena el día cada vez que alguien me lleva la contraria, si no le doy su lugar a todas esas fantasías por las cuales yo tengo la creencia demencial de que estoy en lo cierto y los demás están en el error, sigo en el mismo lugar: me creo inocente y me privo de las malas experiencias, pero también de las buenas. Eso les pasa a los “inocentes”. Aún creen que deben perdonar, porque han olvidado que no había nada que pudiera ser perdonado en el mundo del Espíritu.

Héctor D’Alessandro 2017

Un Curso de Milagros.
Taller todos los jueves de 6 a 8 PM en Xalapeños Ilustres 88
Col. Centro Xalapa. Contacta con nosotros al 2281 78 07 00 o al 2281 82 88 84.
En el taller que brindamos todos los jueves, procuramos conectar el trabajo psicofísico con el Curso de Milagros, con nuestra realidad inmediata y cotidiana.
Puedes integrarte al curso en el momento en que quieras.  

lunes, 20 de febrero de 2017

Taller de Destrezas en Análisis Transaccional

Taller de destrezas en Análisis Transaccional


Héctor D’Alessandro
2281 78 07 00 y 22 81 82 88 84
(Marzo – Agosto 2107 Xalapa)
Escuela Internacional de Coaching de Xalapa

Objetivos
Que el alumno/a incorpore en su repertorio de respuestas neurofisiológicas inconscientes el modo de lectura de la realidad, de las interacciones sociales y terapéuticas, propio del Análisis Transaccional (AT)
Que pueda por consecuencia, percibir de modo directo en las relaciones cotidianas si una persona se está comunicando desde su niño interior, desde sus padres interiorizados o desde su adulto y todo lo que esto implica.
Que pueda percibir de modo directo si la vivencia es de guion o es la propia vida.
Que pueda intervenir a tiempo y modificar la situación en el sentido deseado por su propósito vital más significativo.
Que adquiera destrezas que le permitan detener los comportamientos compulsivos de guion en sí mismo y advertirlo en las otras personas con el objetivo de invitarlas a abandonar la vivencia de guion.

Programa
Módulo I. Qué es el análisis transaccional.
Antecedentes.
Eric Berne.
Influencia del AT:
AT como modelo de trabajo psicoterapéutico en grupos familiares
En grupos terapéuticos semanales
El AT se convierte en el principal sistema de coaching empresarial en todo el mundo: “yo gano/ tu ganas”. Los sistemas “ganar-ganar”
Módulo II. El AT y sus legados.
Un nuevo concepto en la terapia y en el sentido común social: “El niño interior”
La terapia del niño interior.
EL AT origen y núcleo duro de las constelaciones familiares: del guion familiar al sistema familiar y los asuntos transgeneracionales.

Módulo III. Introducción al A. T.
Conceptos fundamentales.
Los “estados fluctuantes del ego”
Lectura psicorporal:
Identificación intelectual de los estados fluctuantes del ego.
Identificación psicocorporal de los estados fluctuantes del ego.
Identificación de los estados fluctuantes del ego en el espacio.
Psicogeografía de los estados fluctuantes del ego.
Los estados fluctuantes del ego y el sistema representacional
Identificación de los estados fluctuantes del ego en la gestualidad
Identificación de los estados fluctuantes del ego en la expresión verbal
Identificación de los estados fluctuantes del ego en la interacción.

Módulo IV. Experiencia y lectura corporal y espacial:
Cómo entrenar a un niño/a para fracasar
Cómo entrenar a un niño/a para no fracasar
Cómo entrenar a un niño/ para no tener éxito
Cómo entrenar a un niño/a para tener éxito

Módulo V. Trabajo en la mente inconsciente y en el espacio
La grabación temprana del guion familiar en la mente del niño
La mente del niño y el estado alfa de trance del cerebro humano
Cómo graba información el niño
La experiencia y la grabación de significados

Módulo VI. Estructuración del tiempo en la mente  niño/a
La emoción prohibida de nuestra familia: el “truco”.
Como correr detrás de premios por ir contra nuestro propio interés y voluntad.
Repetición compulsiva de la experiencia
Psicogeografía de la experiencia emocional
La emoción en la interacción
El guion de vida
Cómo saber que estoy viviendo el guion y no mi vida
Experiencia psicocorporal y en el espacio:
Quién decide por mí cuando parece que decido yo.
El guion aplicado: amor, sexualidad, vida afectiva, relaciones sociales, finanzas, empresa, familia, salud y enfermedad, hechos fundamentales: trabajo, casamiento, divorcio, muertes.
El guion personal de vida y el sistema representacional.
El guion y el sistema familiar de las constelaciones: similitudes y diferencias
El descubrimiento de Hellinger (creador de las constelaciones familiares y terapeuta familiar con PNL y AT durante años).

Módulo VII. Arqueología de la mente; experiencia de recapitulación y reimpronta.  (Psicocorporal y espacial).
Análisis del guion.
Psicogeografía del guion
El triángulo dramático
Experimentar el triángulo en las propias células y salir de él.
Cómo salir del guion
La buena vida
Psicogeografía de la buena vida
Imágenes y sistemas representacionales de la buena vida.

Tipo de aprendizaje: Significativo.

Se refiere a la posibilidad del alumno de relacionar el conocimiento con lo que ya sabe, de forma sustancial, adquiriendo la nueva información un sentido, otorgando un valor significativo a lo que se aprende.
Se desarrolla en el plano del ser, encontrando la autorrealización del estudiante porque el conocimiento involucra al estudiante en su totalidad: cognitivo, socio - afectivo, actitudinal y psicomotora.

25 de marzo de 2017
22 de abril
20 de mayo
17 de junio
15 de julio
19 de agosto
(Este programa puede verse alterado en el orden por la propia dinámica del grupo. El trabajo es intelectual, pero por encima de eso es experiencial. En las diversas estrategias se vivencia corporalmente los conceptos vitales del AT)

Estamos en Xalapeños Ilustres 88, col. Centro - Xalapa
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