jueves, 12 de octubre de 2017

Lo que Puigdemont reveló sobre la "democracia" española ante mil cámaras de 126 países


Lo que Puigdemont reveló sobre la “democracia” española ante mil cámaras de 126 países.

Mi prima Lourdes siempre andaba en busca de un novio y consultaba con mi madre a ver qué le parecían los candidatos que encontraba en el camino; de oír los juicios de mi madre se me formó un juicio sobre los hombres. Sé positivamente que si mi prima Lourdes le hubiera presentado al rey Felipe VI de España, mi madre le habría dicho a mi prima, no te cases, ese hombre te amargará la vida, no ves que es un autómata, ni siquiera sabe quién es él mismo y su voz ni siquiera es su propia voz; sé positivamente que si mi prima le hubiera presentado a Rajoy, mi mamá le habría dicho ese es un castrado, ni hombre es, no oyes los gallos que emite su voz, y la pone aguda, es de los que rápidamente llaman a la guardia, ay, socorro, me han mirado mal, agente, intervenga. Ni hombre es, es una especie de mutante que ni ideas propias tiene, habla a través de él un conjunto de voces que se arrastran raspando el suelo entre ataúdes. Si mi prima Lourdes le hubiera presentado al presidente Puigdemont, yo sé que mi madre le habría dicho: ay, este me cae bien, es simpático, cásate con este, te hará reír y tiene dulce la mirada.
El otro día lo miraba en la computadora mientras oía su discurso, un discurso extraordinariamente bien ordenado, declarando y luego suspendiendo la independencia, y pensaba en el extraño caso que se estaba dando por el cual todo el planeta, ciento veintiséis países, lo estaban escuchando. Más de mil medios de comunicación puestos allí para transmitir su mensaje. Creo que desde la olimpiada creada por otro gran hombre simpático divertido y creativo, Maragall, nunca había estado puesto el foco en Barcelona, de manera tan contundente. Mil cámaras de ciento veintiséis países puestas allí para un hombre a quien sus enemigos, algunos que han corrido a palos a rumanos por las calles mientras ejercían el cargo de alcalde de una ciudad, acusan de nazi, y de racista; a este hombre que se casó con una rumana; este hombre al que acusan de golpista los mismos que cada día desde hace años están dando un golpe suave y sigiloso pero que va sembrando dolor por donde pasa y que tiene como objetivo final el desmantelamiento de todas las libertades. Lo veía y me preguntaba cómo se llega hasta ahí, qué conjunto de sincronías lo pusieron allí, como protagonista del momento más televisado de la historia del reino de España. Extraño hado el de un revelador de los secretos. Alguien que, al fin, rompiendo el velo de silencio y de mentiras con que se recubren nuestras miserables y merdosas democracias occidentales, que atacan, bombardean y matan poblaciones enteras en los países que tienen petróleo, revela la triste verdad del maltratador a quien sus vecinos por fin ven en plena actividad. Sí, al fin todos los vecinos que no querían ver el espectáculo acaban viéndolo. El amable doctor y correcto ciudadano de verdad le jalaba de los pelos a su joven esposa. Era verdad que España, de puertas adentro maltrata desde hace siglos a buena parte de sus ciudadanos. Recuerdo a mis amigos de Guinea Ecuatorial, cuando me contaban cómo los maestros españoles les hacían cargar, por hablar su idioma y no el sacrosanto español, una latita cosida al jersey y dentro su propia caca recién hecha, a modo de castigo. Ayer nomás, en la década del setenta. Pues sí, este hombre, Puigdemont, ha llegado a la cima de la montaña y ha difundido a diestra y siniestra que vive en un país en el cual hubo cuarenta años de dictadura fascista. Así como lo oyen, y resulta que nadie parece haber oído eso entre el gremio de los amaestrados periodistas; sólo han oído la parte del gol que parece que dio en el poste. Pero desde fuera, al menos desde aquí, desde el continente americano, se escuchó, claramente, que explicaba cómo Catalunya, la región que él preside, se dispuso presta a colaborar para la reconstrucción de la democracia. Y que lo hizo con el objetivo de que eso fuera un punto de partida.    
Pero que al parecer para el resto del estado, aquello era el punto de llegada. Como que todo debía quedar atado y bien atado. Y la Constitución debía tener un carácter incomprensible de documento sagrado; al que lo toca, se le corta un dedo para que aprenda.
Luego, como es un hombre inteligente y preparado, como quiere toda suegra y como quería mi mamá para mi prima Lourdes, continuó desgranando, señalando con énfasis e insistencia que esto conviene destacarlo y subrayarlo, dado que hoy que todo el mundo nos mira, y, sobre todo, hoy, que todo el mundo nos escucha, creo que vale la pena volver a explicar”. Sí, Puigdemont sabe muy bien lo que hace; si mi prima Lourdes fuera su esposa o al menos su novia, seguro que al verlo tan comprometido a nivel internacional habría venido a tranquilizar a mi mama diciéndole: "Tú no te preocupes tía, que Carles sabe lo que hace. Mira, me he enterado que a nivel internacional cuando una nación o una minoría étnica nacional o sociocultural no es respetada por la democracia a la que pertenece, es engañada consecutivamente rompiendo los pactos que con ella se celebran, no respetando los acuerdos o pactos a los que se arriban, según dice un señor llamado Huffington, de la revista “Affaires Internationales” o algo así, la comunidad internacional deja de preocuparse por el interés en la soberanía territorial de ese estado y pasa a proteger el bien mayor que en este caso sería la seguridad de esa minoría acechada, como ahora lo están los catalanes”. Sí, así lo habría explicado mi prima, que para explicar las cosas es la mejor del mundo, o al menos del barrio.
Luego Puigdemont, que no sabe lo bonita que es mi prima, continuó explicando cómo el Estado español, rompiendo esa regla de oro que tanto venera la sociedad internacional, que es honrar los pactos a los que se ha llegado, sobre todo si están escritos, en el año 2005, con una mayoría del 88% del parlamento catalán que aprobó el proyecto de un nuevo estatut, y aquí, como sabía que allí estaban esas mil cámaras,  ah, cómo le gustaría a mi prima posar ante ellas, con un abrigo de piel, o bueno, dado que ese día hacía calor, le hubiera gustado llevar un vestido ligero. Fíjense ustedes, habría dicho ella, el 88%, y comprendan si no es una injusticia tremenda, hacerle laborar a un parlamento y a un pueblo depositar todas sus esperanzas en tamaño trabajo, con lo que cuesta redactar un Estatut, para que luego cuatro señores que huelen a colonia de esa asquerosa, Dandy, rancia como pocas y que se la echan para que no se les note el olor a muerte caminando con sus mil patitas por la piel que tienen, esa, vieja y gastada, mal aliento, malos pensamientos y un humor de perros, de personas que prefieren seguir oyendo las opresivas voces de los santos padres viciosos y farsantes que les siguen mintiendo desde el fondo de los siglos, digo. Para que esos cuatro momios te lo veten porque les hacen una llamada desde el Palacio Central de los Momios. Es rara la élite española, bien rara es, andan todos con caras de carajos todo el día y muestran la alta eficacia con cuatro ladridos destemplados y la apelación a unos valores que la gente ya no se atreve a confesárselos a sí mismos ni a solas.
El caso es que Puigdemont continuó repitiendo y señalando porque conviene hacerlo cuando mil cámaras te observan desde Sidney hasta Varsovia y más de cuatro abogados de estos que tienen una agenda telefónica de esas que, cuando se deciden a moverla, los pone en contactos con personas que con cuatro llamadas te monta un batallón de funcionarios poco burocratizados, tipo escuadrón de despliegue rápido para la defensa inminente de los derechos a punto de ser picoteados por cuatro buitres apolillados. Así fue que en Montevideo y en Tel Aviv, en Moscú y en El Cairo, la gente se enteró que en plena democracia española, cuyos personajes siempre actúan de qué están a la última, no se respeta casi nada, que son unos roñas y unos cochambrosos porque al Parlamento le dejaron crear un Estatut y luego los dejaron que lo votaran, luego, como para que la farsa quedara bien armada, dejaron que el pueblo lo aprobara, que es el último grito de la moda en las democracias occidentales en los últimos cincuenta años, y luego se lo tiraron para atrás aquellos señores malolientes que gastan anillos muy caros en unos dedos gordos como morcillas. Unos dedos con un extraño color entre rojo y avioletado que indica la proximidad del siguiente infarto. Imagínense en algunas zonas egoístas de la población, alejada de lo que es la autoestima, las risas que habrán cundido, sobre todo en Pakistan, que tantos inmigrantes tienen en España, vamos, se habrán partido el pecho de la risa al ver que a los mascarones de proa se les caían los cachos a pedazos.  En Dinamarca algo huele a podrido, querido amigo. Y en España también.
A continuación Puigdemont destacó, repitiéndolo también (a esta altura, mi prima, si fuera su novia, estaría seguramente teniendo dos orgasmos simultáneos y pensando que bien habla mi Carles) que en el año 2006 la población catalana aprobó ese Estatut y que votó el 47 %, esto tuvo buen cuidado en destacarlo, porque sabe que con esas cifras, según para qué, el falsimedia internacional te dice que fue un arrasar de votos o te dice que sólo votaron el 47%, sí, cuando en algún país de esos pobres que los alumnos de secundaria de Europa no saben ubicarlo en el mapa, gana las elecciones un candidato que no le va a vender el petróleo barato a ellos, siempre te ponen cosas como “sólo ganó por 77%” (¡Habrase visto que mierdas de democracias tienen por ahí!)
Bueno, el caso es que con el 47 % en el 2006 (se ve que ese año no había veda anticatalana) le dieron por bueno el Estatut a los catalanes, y, señaló que los votos favorables fueron incluso menos de los que expresaron ahora en el 1 de octubre de 2017; ahora ya lo saben, cuanto más palo se le da a la gente, más motivados se sienten para ir a defender sus derechos; es un método antiguo y empleado generalmente por la policía, por eso Mussolini, en una famosa frase de esas que colecciona el Rider Digest en sus citas citables, dice más o menos que antes que el homo faber fue el policía; o sea que el cromagnon el neandertal y todos esos otros seres humanos clavados contra un muro con una alfiler clasificatoria, nada tienen que hacer ante el ejemplar “homo police”.
Bien, para que vean señores que los infaustos acontecimientos en la vida de una comunidad no tienen por qué tener fin, van a saber a continuación, gracias a que el virtual novio de mi prima, lo comunicó al mundo, que el parlamento Español recortó el dichoso Estatut y luego cuando llevaba cuatro años aprobado, en 2010, volvió a recortarlo. Modificando así la voluntad popular, cambiando así lo que el pueblo había votado; para que se hagan una idea, como cuando el pueblo francés hace unos años votó que no quería ingresar a la Comunidad Europea y luego el parlamento, casi a puertas cerradas, un domingo a última hora, cuando a las familias que comen bien les entra la depresión viendo las películas horribles que en esa época se pasaban en ese horario, votó que los franceses sí entraban en la Comunidad Europea. Esto no lo dijo Puigdemont, pero el colegio de abogados que cada día se juega la vida y la libertad en alguna ciudad de Pakistan, deben haber reído bastante al pensar, “vaya, están peor que aquí”. O quizás pensaron algo del tipo: “y de qué se quejan, si aquí nos corren a palos todos los días, y como te descuides te meten un tiro en la cabeza”. Un pensamiento que a algún magistrado español de esos que usan la toga para taparse la boquita mientras eructan mientras se dejan corromper por el sistema, le vendría muy bien para decirle a algún reo: oiga no se queje que en Pakistan estaría bien jodido, que es un frase que queda muy bien dicha por un magistrado español porque hasta queda incluso cosmopolita, incluso aunque después por lo bajo le confiese a algún colega que no tiene “ni puta idea de dónde queda Pakistan”, y luego reírse a carcajadas, que es algo que ayuda mucho a la digestión.
Por si todo lo anterior fuera poco, Puigdemont agregó esta pieza imborrable, medida en todas sus partes y con una distribución de sus conceptos y sus efectos encomiable hasta por loro constante de Gracián: “Los últimos siete años han sido los peores de los últimos cuarenta: laminación continuada de competencias a través de decretos, leyes y sentencias; desatención y desinversión en el sistema básico de infraestructuras de Cataluña, pieza clave del progreso económico del país; y un desprecio hiriente hacia la lengua, la cultura y el modo de ser y de vivir de nuestro país”.
Gracián se levantaría de su tumba para protestar por este atentado a la cultura; Gracián también sufrió la persecución de la eterna Inquisición Española.  
España, país detenido o frenado en el tiempo, mordido en su avanzar por infatigables cadáveres que se resisten a morir, mientras otros injustamente muertos se niegan a no ser encontrados. Solo Camboya que también estaba mirando por la tele al señor Puigdemont, la supera, a España, en desaparecidos y ejecutados junto a las cunetas.
Luego de este momento tremendo, se largó a explicar Puigdemont, que no es novio de mi prima, conviene aclararlo para no ofenderle el honor a nadie, toda la historia de imputaciones contra cargos públicos por llevar adelante actividades políticas. El señor Mas, ex presidente de la Generalitat, Irene Rigau, Joana Ortega, todas personas que se les dañó en su vida política y  civil de maneras que ni Mao Tse Tung le destinaba a algunos de sus conciudadanos. Se intenta dejarlos sin bienes ni modo de ganar dinero para el vivir diario, o sea, la muerte en vida cuando uno no tiene amigos. Se ve que los muertos andan vengativos en España, peores que Pedro Páramo, padre. Se andan chingando el destino de los vivos, por puro vengativos.
En fin, que el mundo se vino a enterar que España es un país que tiene una democracia de mierda donde a la gente se le hace de todo y se le quitan todos los derechos y se la jode hasta el punto del sufrimiento más espantoso. Pero eso lo piensan, dice mi prima, porque son ignorantes, porque sin ir más lejos, en agosto de 2001, en Finlandia, le dieron, porque la Comunidad Europea no quería darle, el estatuto de refugiado a un ciudadano de Detroit, pueden ustedes comprobarlo en las hemerotecas, porque la policía de esa ciudad se la pasaba todo el día haciéndole la vida imposible y sacándole dinero para sus vicios, como la de Barcelona en la época en que se dedicaba a extorsionar locales muy famosos al punto de llevarlos a la quiebra. Le cobraban a la sala aquella el 75 % de la recaudación, como va a funcionar un negocio, así, dice mi prima, que se lo sabe todo sobre la vida nocturna de las grandes ciudades.
 A continuación y para rematar, Puigdemont explicó que al ex presidente Mas, le quieren cobrar más de 5 millones de euros, en Pakistán deben alucinar y, realistas, deben decir: “no quieren que pague, quieren que se quede en la jaula para siempre”, que es lo que pensaría cualquier personas no viciada ni intoxicada por el parloteo vacío de las miserables democracias occidentales y europeas.
Y nada más mencionar eso, se adentró en el momento actual: la detención de los dieciséis altos cargos del día 20 de setiembre, la solicitud que se ha hecho de que se condene a la gente por delito de sedición, con lo cual les caerían unos quince años a cada uno. Pensarán que así la gente se olvida y deja pasar por alto un agravio, justamente ellos que cada año reciben con la sonrisa torcida a los descendientes de la colectividad judía que expulsaron en el año 1492, un año con mal feng shui para mucha gente. Y esos descendientes vienen con la llave en la mano de la casa que el Estado español les quitó en Girona en Castilla, en Valencia, en todos lados, y les reclama, dale que te dale, y ellos saben que los judíos son constantes, mira luego de casi dos mil años como reclamaron la tierra de donde fueron expulsados hace tanto tiempo. Vaya si lo saben, lo saben hasta el punto de que el propio Rajoy les dio la ciudadanía gratuita a todos los que pudieran demostrar que fueron expulsados en 1492.  Aun teniendo ese contundente ejemplo piensan que la gente con quince años de nada se va a quedar conforme y tranquila y no va a reclamar nada. Tan locos, diría Lourdes, mi querida prima, cuyo matrimonio con Puigdemont, mi mamá habría aprobado de inmediato.
Y para terminar, Carles Puigdemont nos recordó el indigesto discursito del rey de España que en calidad de árbitro pacificador los amenazó con darles de palos a todos, de palabra e icónicamente, de gesto no, porque sus gestos, sobre todo esas tres recolocadas de hombro demostraron a las claras, y mi prima que sentía que se le secaba la boca mirándolo hablar, que el cargo le queda grande y que le quedan cuatro telediarios en el mismo. Ella dijo una frase lapidaria que invariablemente resulta palmariamente condenatoria; cada vez que la ha pronunciado ha caído algún muro de Berlín, ella dijo: “Este tipo acaba de re cagarla”.
Bueno, a él por suerte no lo vieron mil cadenas de televisión del mundo porque entonces habrían pensado incluso peor acerca de España. Sólo fue programación local. Si la gente lo ve, es solo porque Carles Puigdemont, con la promoción que alcanzó, al mencionarlo, habrá conseguido que todos los espectadores del planeta miraran, como dijo mi prima, al cara de culo ese que habla con la voz de pito de un niño malcriado con permiso para empezar a exterminar gente.
Bien, hasta aquí llegó el pasaje, ese fue el parrafo en el que Puigdemont le contó al mundo, con esa cara de tipo divertido que tiene, que alegraría a todas las mujeres amorosas, tiernas y cariñosas como mi prima, el rosario de la aurora que implica la vida en la democracia española.
Nadie lo quiso escuchar, pero lo escucharon, puertas adentro de la democracia española, y rápidamente se apresuraron a centrar la atención del público en que según ellos, solo según ellos, no se sabe qué declaró. Eso es fácil, mi prima se los puede explicar, miren, es fácil: primero declaró la independencia y a continuación la puso en suspenso, eso quedó clarito. Pero por motivos políticos, los políticos perezosos y vulgares como Rajoy fingen que no entendieron, una marca de la mediocridad. Miro a Puigdemont en la pantalla y le agradezco a la vida que mi prima nunca lo haya conocido, ni se haya enamorado de él, porque España cada tantos años suele destruirle por completo la vida a los tipos osados y creativos que tienen la alegría de vivir en los ojos. Ojalá esta vez me equivoque, dicen que Human Rigths Watch está en camino, pero me parece que los momios están saliendo de la cripta, ya se oye el sonido de las crujientes bisagras.
Héctor D’Alessandro
Escritor y coach, residió veintidós años en Barcelona, Catalunya

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