Hipnosis: deja de postergar: la famosa procrastrinación
Héctor D’Alessandro
1. Lázaro resucita a las seis de la
tarde
Me costaba muchísimo levantarme cada día de la cama. Much@s
amig@s psicólogos aventuraban diagnósticos. El caso es que yo resucitaba
milagrosamente alrededor de las seis de la tarde: hora en que desplegaba el
máximo de mi energía. Y esto en cierto modo era una metáfora de mi vida, dado
que desde hacia algunos años había postergado mis citas importantes, la
realización de mis actividades más sentidas, dar los pasos para conseguir aquello que realmente me interesaba. Cuando sentía que no me iba a levantar y no
iba a concurrir a aquella oficina tan importante donde personas con la agenda
muy ocupada se habían hecho un lugar para escucharme, un calambre en el
estómago comenzaba a diseminarse por toda la zona abdominal y finalmente me
atenazaba la garganta, impidiéndome hablar y provocando un temblor en las mandíbulas
que era el preámbulo al llanto. Seis muertes en mi círculo más inmediato, en el
plazo de ocho años, habían contribuido a que mi vida estuviera parada y a que
yo la moviera a pura fuerza de voluntad: la fuerza más débil del planeta.
2. Mi vida iba a cambiar para siempre
Pensé que, cambiando de país, amistades, relaciones y contexto
general, todo cambiaría. Y no estuve tan lejos de la verdad. Me fui de Montevideo
(Uruguay) a vivir a Barcelona (Catalunya). El poder de reinventarse empezaba a
hacer mella en mi vida y en mi modo de ver mi propia experiencia: la capacidad
de tomar distancia y el conocimiento de nuevas herramientas y técnicas para
hablar esa conversación constante que todos tenemos, con nosotros mismos, de un
modo enteramente potenciador, hizo que, al igual que el Barón de Münchhausen,
me sacara a mi mismo del pantano, jalándome de mi propia metafórica coleta.
Comencé haciendo meditación trascendental y esta me llevó, de modos indirectos
a la bioenergética, el tai chí y a la anti-gimnasia de Therese Bertherat, y aterricé
toda esta actividad en una teoría del análisis transaccional. Por las noches,
leíamos en voz alta con una amiga psicóloga a John Bradshaw y sobre todo a Ken
Wilber.
Aún así, muchas noches, a pesar de tanta actividad personal
en el propio desarrollo, me agarraba aquel nudo sin desatar que llevaba en la
boca del estómago, me destrozaba el día imaginario que yo llevaba en mi mente y
comenzaba la depresión larvada y continua, ese goteo constante de la pena acumulada
que no conseguía depurar y que, como un asaltante de los caminos, siempre me
aguardaba bien escondido, dentro de mi propio cuerpo, a la espera de que bajara
las defensas.
Entonces fui a una sesión de hipnosis. Mi vida iba a cambiar
para siempre.
3. Todos esperaban por mí y yo no los
veía porque estaba hipnotizado
Me metí en un camino que no tuvo vuelta atrás.
Los mismo para mi que para las otras 23 personas que había en la sala. Nuestro
profesor al final de la clase nos dijo que iba a poner una grabación con una “inducción
hipnótica” que tenía la facultad de despertar todas las energías inconscientes aun
dormidas dentro de nosotros y que esto haría que de inmediato todos nuestros proyectos diferidos, todo aquello sobre lo cual era necesaria poner atención desde hacía
tiempo y estábamos postergándolo, iba a ponerse en marcha. La verdad es que yo
le debía al profesor un manual para su academia desde hacia al menos ocho meses,
y cada semana cuando lo veía ponía excusas y me inventaba imposibles argumentos
que explicaran por qué no había llevado el manual. Eran unas cuarenta paginas sobre "Coaching para escribir", cuyo contenido conocía bastante bien, pero que no lograba poner
en un documento definitivo.
4. Estar dormido en vida
Cuando dijo el profesor que iba a poner aquella grabación,
cundió la inquietud y las risitas nerviosas. Un disimulado escepticismo,
disfrazado de plena confianza en algunos casos, eran muy asombrosos de ver en
acción. Cómo, personas que estaban en aquel curso de hipnosis, decían que
plenamente convencidas de lo que hacían, a la hora de la verdad, sonreían con
unos nervios que daba la impresión de que les estaba dando diarrea. Y sobre
todo hablaban y hablaban sin parar. Tanto que, en el caso de algunos
compañeros, otras personas decían en broma y en serio a la vez: “A ver, alguien
que lo desconecte, por favor.” Otros estaban literalmente en estado de
catalepsia, mudos y congelados, con los ojos enormes asustados y con miedo a lo
que pudiera pasar, la boca apretada y fruncida, los brazos tensos, las manos
fuertemente apoyadas en el asiento, agarrándose de los bordes de la silla como
si fueran a caer de varios centenares de metros de altura. Uno que se dedicaba
a las ventas en un bazar, ensayaba el nuevo personaje social que se había
inventado y que consistía en un experto en bolsa que sabía calcular a la
perfección el momento en que había que comprar y el momento en que había que
vender ciertas acciones y no paraba de decírnoslo a todos con el objetivo supuesto
de comercializar su conocimiento, aunque de momento parecía mas bien que tenía más
interés en vendernos su nueva personalidad antes que su servicio financiero.
5. A todos nosotros nos quedaban pocos
minutos de vida
Todos esos personajes que nos gustaba interpretar en la vida,
para demostrar cuánto valíamos y qué capacidades tan extraordinarias poseíamos
y que interesantes personas éramos, estaban ante un paredón de liquidación en
el cual les quedaban unos minutos de vida. El trance hipnótico iba a disolver
de inmediato todas esas tensiones neuromusculares que nos mantenían fijos en
esos personajes inútiles para nuestra nueva vida.
La grabación con el audio que iba a “despertar nuestras
energías inconscientes aún dormidas”, comenzó y yo recuerdo claramente que una parte
de mi mente no paraba de hablar, emitiendo un discurso inconsistente por el cual
afirmaba una y otra vez que aquello no me iba a afectar, que yo era capaz de
mantenerme consciente por mucha inducción que me hicieran, que no iba a
permitir de ninguna manera que me metieran, sin que yo me diera cuenta, un
mensaje subliminal en mi mente. Y fue entonces que, a cierta altura, no sé
cómo, empezó a atenazarme la nuca un dolor absolutamente insoportable, una
tensión antigua volvía a la superficie (un fenómeno habitual en los procesos hipnóticos)
y lo mejor era que, aunque ahora doliera, volvía para disolverse. Fui viendo cómo
mi compañero, el experto en bolsa, se iba hundiendo en su silla, miraba a un lado
y otro con una sonrisa de confusión y desconcierto, mientras sus ojos se volvían
enteramente rojos, inyectados en sangre y los movimientos de cabeza se iban
haciendo cada vez más lentos, a la vez que intentaba, inútilmente, mantener la
mirada posada en nosotros y observar nuestros procesos y conductas, esforzándose
en vano por continuar en el control mental consciente de la situación.
A los diez minutos aproximadamente, estábamos todos en
trance. Algunos, con los ojos abiertos mirando al entorno y con la cabeza sin
pensamientos de ningún tipo. Otros, luchando aun con síntomas que iban
apareciendo, como era mi caso, y con la sensación general de confusión.
6. No van a creer lo que sucedió
Me acompañó a la parada del metro de “Glories” un compañero a
quien la hipnosis le había afectado la lengua, porque no paraba de hablar, y
pretendía acompañarme hasta la Plaza Catalunya, donde yo cambiaba de línea y me
iba en dirección al Paralelo; a cierta altura del viaje, me preguntó si me
estaba molestando, y, curioso en mí, tan educado, le dije que sí, que no quería
oír a nadie. Se calló la boca hasta llegar a su destino y se marchó saludándome
con gestos, en silencio. El resto del viaje en la línea verde, desde la plaza
Catalunya en dirección Palau Reial, transcurrió como si fuera metido en una nube
que rodeaba a mi cabeza y a mi mente y acariciaba tibiamente los entresijos de
mis neuronas. Cuando bajé del tren y me dirigí a la salida, y una vez en la
calle, volvía a oír los sonidos circunstantes como una banda sonora de tonos
graves, siseantes y lejanos
Cuando entré al hall de mi edificio, podía escuchar los
sonidos que yo mismo iba emitiendo, las puertas que abría, las que cerraba,
como si fuera un sonido grabado que me llegaba lejano, como si en un mundo
paralelo hubiera otro yo haciendo todo lo que yo hacía.
Recuerdo haberme sentado ante la computadora y luego recuerdo
que de pronto miré la hora y habían pasado dos horas cuarenta en las cuales, mi
mirada estaba fija en la pantalla del ordenador y nada más; que, en medio,
contesté un mensaje SMS, y luego seguí con los labios entreabiertos, con cara
de pasmo, mirando aquella pantalla oscura de tonos grises. Me levanté y me fui
a acostar.
A las ocho de la mañana ya había terminado de desayunar y le
había enviado un email a mi profesor de la academia, diciéndole que a las 3 de
la tarde tenía preparado el manual que desde hacía ocho meses no me decidía a
escribir.
Y así fue, me sentí tan contento y mi cerebro estaba aquella
mañana tan despejado, que a las tres fui personalmente a imprimir aquel manual
y a llevárselo de mi propia mano.
Ese manual abrió las puertas a muchas actividades y a nuevos
manuales de “Coaching para escribir con PNL” que saldrían en internet a la
venta y también fue el momento inaugural de muchas otras actividades que a partir
de allí se dispararon.
Por eso ahora los invito a mi curso de hipnosis del 4 y 5 de diciembre, aquí en
México, un hermoso país al que deseaba venir a vivir desde hacia 30 años y al
cual vine una vez contacté con las dimensiones inconscientes de mi mente con las
que propiamente te conecta la hipnosis.
Nos vemos. Hasta muy pronto.
Informes e inscripciones por whatsapp al 2281 78 07 00