martes, 5 de septiembre de 2017

La bala y la creencia. Héctor D'Alessandro



La bala y la creencia
Los reunió en un campo abierto, bajo el sol de una tarde decisiva, con el corazón lleno de esperanzas; había calculado en la penumbra vespertina de su despacho de científico la curva que describen los objetos cuando son lanzados al aire y el cálculo estaba preparado para la suposición de un lanzamiento realizado por un cañón, ese invento reciente. Galileo calculó sobre grandes hojas de papel que un objeto, contra la creencia de la época, iba disminuyendo progresivamente su velocidad y aceleración a medida que avanzaba en su desplazamiento a través de la atmósfera. El meticuloso cálculo, sometido una y otra vez a rectificaciones y verificaciones constantes, daba como resultado que, debido a la desaceleración, el objeto, en este caso del experimento se trataría de una bala de cañón, describiría una curva elíptica antes de tocar tierra nuevamente. 
La creencia manifiesta y omnipresente de su época consistía en creer que, a medida que un objeto avanzaba por el aire de la tarde o de la noche, iba siendo frenado por el desarrollo autogenerado de una pared de corpúsculos que ejercía una presión igual y contraria hasta dejar parada a la bala en el aire y precipitarla en vertiginosa vertical perpendicular a la Tierra, considerada plana.
Dispuso el científico que el coro de sabios, científicos, papas y nobles diversos, de la época, tomaran asiento en la privilegiada platea al objeto de contemplar la predicha y localmente famosa curva de tintes elípticos.
Colocado a una prudente distancia alentó el disparo dando una señal propicia y aguardó a que la mirada de la cohorte de eminentes viera lo que él había visto en ecuaciones.
Al término del corto viaje de la bala, volvió corriendo, lleno de entusiasmo a consultarlos acerca de su visión.
Inútil. Ellos vieron cómo la bala era frenada por una imaginaria pared vertical de corpúsculos que precipitaba el objeto a tierra.
Este evento tan famoso demuestra, entre otras cosas importantes, que por mucho que nos esforcemos en vencer los prejuicios personales o corporativos, hay un marco o paradigma propio de la época que nos hace ver, al menos durante un tiempo, aquello en lo que previamente creemos.
No es verdad que vemos y en consecuencia creemos.
Primero creemos, así estamos equipados neurofisiológicamente, y en consecuencia vemos aquello que ahora nuestras creencias nos permiten ver.
La luminosa ventaja de nuestra época consiste en que ahora sabemos de antemano que vemos lo que creemos y no su contrario; ahora solo falta que lo convirtamos en un modo de ser; es decir en un modo “natural” de nuestra época de hacer, sentir y pensar.
Héctor D’Alessandro

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